Un
jueves que parecía cualquiera, mientras en el reloj blanco que nunca usa, entre
esas manecillas diminutas y plateadas se marcaban la una y diez, justo la hora
para entrar a la ducha y salir a tiempo para las tres únicas citas que tenía en
la agenda de la tarde. El polvo que levantan los buses le pone rucio el abrigo
azul oscuro, por fin luego de veinte minutos logra tomar el bus alimentador.
En
el portal del transporte masivo, aún a sabiendas que su destino tenía que ver
con el norte de la ciudad, decide tomar el servicio más próximo y cercano, ese
que se dirigía al centro, pensando que al llegar al centro tomaría un bus
urbano que tomara la séptima y así llegar sin apuros a su primera cita de la
tarde.
En
el Transmilenio mientras se maquilla, en los oídos encanta La Faraóna con
su “Ay pena, penita pena”, se imagina
que de sus caderas cae el traje de cola y en sus manos dos castañuelas animan
esa voz que soñó y que no tiene, aún así, mientras el rubor hace su trazo inminente
y coqueto en su mejilla, en la mímica de su boca se puede leer “Si en el
firmamento poder yo tuviera, esta noche negra lo mismo que un pozo”…
El
centro de la ciudad como siempre lleno de gente y tacos de carros, en la calle
diecinueve a la altura de las Aguas, toma el primer bus con destino al norte
por la carrera séptima, para entonces el ritmo había variado, cantaba El Cano
Estremera con su “Ámame en cámara lenta”, este cambio brusco en su reproductor
pone en escena a Symphony of Destruction de su amada Megadeth, seguido de
Latinoamérica de Calle Trece, mezcla que le permite imaginar que es la dueña de
una esquina de tres pisos no cualquiera, una esquina en donde podrían caber
casi todos sus amigas y amigos, así, en la primer planta por ejemplo, funcionaría
un lugar de Salsa, ya en la siguiente se
le daría el espacio al Rock y al Metal, y en el último piso, esa terraza soñada
con ritmos fusión de su pacífico querido, Bomba Stereo, Systema Solar y demás
amores recientemente concebidos, esa sopa acústica en dónde cabrían todos y
todas, y lo mejor, en su propio barrio.
Cagada
de risa con esa anterior explosión de creatividad y mientras se imaginaba de
piso en piso pasándola de lo lindo copa en mano, el bus se detiene en un
semáforo especial, ella nota que está en la esquina de la veintisiete con
séptima, mira la oriente y allí a penas se puede ver esa que fue su segunda
casa tanto tiempo, el cosio de La Santamaría; ojo aguado se queda fija en la placa
6-75, esa oficina donde conoció el amor.
Mira
al occidente y se encuentra a penas con la punta de la antigua Torre Bancafé,
lugar a donde migró luego de una larga temporada entre luces y espadas, entre
arena y arte, sitio a donde se llevó los primeros sueños de tener mejor paga
por su trabajo y tomar en serio por fin la vida laboral; el bus arranca y se
queda viendo el edificio del Tequendama, otra historia más de vida, otra
oficina que tuvo, quizá la única, o la más grande esa que también fue la que
duró menos tiempo.
La
música sigue sonando, esta vez se pregunta el por qué del desempleo, más
exactamente las razones del suyo, todo esto al son de A dos Velas y “Vamos a
tener que querernos más”, canción que
buscó con la intención de alimentar el duelo que a penas revivía luego de haber
pasado por ese semáforo en el Centro Internacional, un latigazo flagelante que
se propina después de esta serie de coincidencias camino a su primera cita.
Otra
vez siente que entra a territorios propios justo cuando el bus pasa por la
calle 73, a penas se logra distinguir el logo de la Editorial Planeta, lugar
donde aprendió de dolores y fuerzas, de soles y laureles, de barras y barcos y
a caminar derecha y sin miedo con tacones y mini falda por entre las filas de
los hombres de la patria, allá donde vivió aventuras cortas pero
extraordinarias, quizá muchas en tan escasos seis meses de contrato.
Muy
cerca, en la calle 75, descubre que aquellos vinilos microperforados de los
ventanales externos de la esquina del hermoso edificio han sido retirados, pero
vuelve a estar tranquila cuando se cerciora que aún sobre la calle bajando
hacia la novena, están todas esas motocicletas parqueadas y ondea la bandera de Irlanda tan solemne
como esos hombres de Honor; La lentitud del tráfico le permitió rebobinar esa
historia desde la muerte de Cesar, su primo, quien fuera un escolta que perdió
la vida en absurdas condiciones, años después nuestra protagonista por extrañas
razones consigue un empleo en la misma compañía que su primo, la misma de las motocicletas, viviendo así la
experiencia mas enriquecedora de su profesión, la aplicación total de los
conceptos y aprendizajes, la creación total y arbitraria, que buen lugar,
piensa, y una sonrisa se escapa al tiempo de esa parte de la canción de
Sabina que dice: “No, no, no puedo
enamorarme de ti”.
Ha
llegado a su cita, se encuentra con Alf, ese chico que ella quiere y admira,
que a veces cuando recuerda la manera en que se conocieron le remuerde la
crueldad con que ella misma le dio fin a un posible brote de amor, para los
tiempos de esta cita no son más que dos grandes amigos de las grandes ligas, el
caballero le entrega un dinero fruto de un negocio de tantos que sostienen hace
años, un abrazo fraterno finaliza este compromiso y subida en un taxi emprende
el cumplimiento del siguiente, con un solo audífono va en modo Rubén Blades una
vez más con su “Maestra Vida”.
Se
dice que las nostalgias son iguales de grandes y sentidas si los recuerdos del
suceso viajan desde muy atrás en el pasado, o muy acá en el casi presente,
mientras espera a su ex jefe suena en su reproductor “Maligno” de
Aterciopelados, se pide un Café Viena cargado, de repente Marié hace su
entrada, se le ve radiante como siempre, animada a pesar de las
circunstancias, un abrazo de esos de
verdad inicia el tejido de la charla de actualización que pueden tener dos
mujeres cercanas: Familia, Salud, Trabajo, tiempo libre, etc. Las dos
desempleadas pensaban en alternativas y aunque la cita no duró mucho sirvió para
pintar de nuevo con colores algunos baches que empezaba a adoptar nuestra protagonista
en su vida.
Fría
está la ciudad, no hay peor hora para abordar el transporte público que pasadas
las cinco de la tarde, luego del mini infierno que hay que vivir cuando trata
de montarse en uno de los buses y llegar ilesa y con todas sus pertenencias a
su destino, se percata que Alma de Loca suena, en la versión de Roberto
Goyeneche, recuerda a su eterno amigo y lamenta las razones que cada vez han
ido marcando fronteras entre su confianza y el poder de la palabra absoluta,
cuando de verdad es absoluta.
Son
las seis de tarde, al bajar de la estación prende un Marlboro frente a su
antigua Facultad despertando así los remolinos de recuerdos que viajan entre
los últimos diez años, los fantasmas de
la antigua edificación parecen cobrar vida y bailar entre el humo. Pero no vino
a este lugar llamada por la nostalgia, acude a el llamado de Serge, su amigo de
carrera que le trajo desde la tierra Gaucha esa yerba Mate que tanto le hacia
falta para pasar las horas de “la pensadera”, precisas horas que entrar a
hervir en el mismo consomé de las facturas pendientes, las culebras y la
sociedad de amigos exitosos que todo lo tienen solucionado, momentos de guerra
con el mundo que saben mejor con esta bebida.
Esperando
a su compañero Serge solo puede pensar en buscar “Vértigo” de Ismael Serrano,
así entre la magia del miedo al tiempo que se marcha, ve pasar a una niña de
unos diecisiete años, llevaba un morral lleno de llaveros, unas medias de
colores y falda, cabello muy muy largo y suelto sin acomodación alguna, tenia
enormes ojos enamorados con largas pestañas como los sueños de una chica
humilde que va feliz a estudiar a un lugar llamado Universidad, el teléfono
móvil suena y mientras nuestro personaje averigua de quien puede ser la
llamada, en el sube y baja de la mirada, la chica colorida desaparece entre la multitud,
podría haber sido un espejismo, o el fantasma de hace diez años de lo que fue
nuestra actual mujer de esta historia,
hoy con casi treinta años a cuestas.
Mate
en la cartera y un fraterno abrazo de reencuentro y despedida con Serge, son la
fotografía de la ultima cita del día de la Moni, ella decide caminar hasta
donde pueda tomar un bus normal y no de nuevo un Transmilenio, ahora escucha a
Silvio Rodriguez en su gran “Ángel para un final” y por cosas de la vida sus
pies parecen recordar la ruta de cada noche después de clases: Parada donde
Yenni para comprar un cigarro, así tuviera, otro abrazo y mil risas, luego
derecho hasta la calle 39 para subir a la once, y cruzando el semáforo ahí
estaba, la sede principal del Banco que más quiso, uno de sus trabajos más
importantes, por el que salió del país un día y llegó llena de cosas aprendidas
en la travesía ecuatoriana más hippie y encantadora, allí hace una pausa,
suspira y supone que perdona a quien le robó ese sueño Alemán, lee el Slogan que ella misma creó hace seis
años e imagina que el ex jefe sale y la reconoce y ella por fin le sonreirá en
gesto de “todo esta superado”, pero nada de esto ocurre, en el fondo creo que
tampoco logró perdonar.
Sobre
la once, comienza a reírse de la cantidad de coincidencias y sucesos de la
tarde, planea escribir algo al respecto, piensa que sólo falta haber pasado por
su ultima oficina para completar los pasos recogidos laborales, mira hacia
arriba y como un deseo casi concedido, recuerda que en cierto edificio, en el
piso once, había empezado la dura competencia para ganar ese ultimo puesto, el
más completo y el más serio, el mejor pagado, el que le arrebató la política y
hoy la tiene produciendo estas historias tontas al tiempo que rebulle el perol
ardiente y desagradecido de las ofertas laborales, que más que ofertas parecen
ofensas frente a la experiencia y la formación profesional, todo esto ocurre
mientras suena “Sin Oficio” de Systema Solar.
Llega
a casa, en el camino largo pudo haber repetido varias canciones, coincide con
sus alter egos en que lo más interesante que ha sucedido hace tres meses que esta
desocupada esta escrito en estas líneas, sufre de desocupe y tras del hecho
escribe pendejadas, piensa; La Moni, nuestra protagonista se mete en su cama y
cree, como todas las noventa noches anteriores, que mañana será el día en que
se ocupe de nuevo, pero el tedio solo la ha empacado al vacío en un servicio
corriente a la nostalgia, a esa hora ya ha apagado la música.